El hábito del ahorro es clave para llegar a ser un inversor de éxito. Desde pequeños se nos enseña el valor del dinero, lo que cuesta ganarlo y lo importante que resulta administrarlo con pericia. A lo largo de nuestra vida habrá momentos en los que seremos capaces de apartar una mayor proporción de nuestros ingresos, mientras que en otros no podremos guardar apenas dinero porque tendremos que enfrentarnos a muchos gastos. La base de una buena educación financiera pasa por ahorrar, aunque sea poco, con el fin de comenzar a invertir lo antes posible. De este modo, nuestro capital podrá ponerse a trabajar y generar una rentabilidad con la que el día de mañana alcanzamos unos determinados objetivos, ya sea comprar una casa o completar nuestra pensión de jubilación. Existen diferentes métodos de ahorro en los que nos podemos apoyar para lograrlo, pero también perfiles de ahorradores muy distintos. Hay personas que conciben el ahorro como algo espontáneo, que acaba colándose en sus planes sin que se lo planteen, mientras que otras son meticulosas y cuidadosas, a veces incluso demasiado. Según nos identifiquemos con alguno de estos perfiles, así se verán influenciadas nuestras finanzas personales, puesto que ahorrar para invertir es primordial. CIVISLEND te presenta los tipos más comunes y te señala cuál es el ideal para comenzar a dar pasos en firme en tu carrera como inversor.

Ahorrador apático

De este tipo de ahorrador hay que tratar de huir por todos los medios. Hablamos de personas cuyo interés por el ahorro es escaso o nulo. No están preocupadas por el mañana, por lo que apenas destinan lo mínimo al ahorro. En los casos más graves, ni siquiera cuentan con un fondo de emergencia con el que responder a imprevistos. Viven al día, así que están en el nivel de libertad financiera más bajo. Cuando se introduce un carácter derrochador, sin duda, estaremos ante un problema más serio. Cuando se interioriza el lema «carpe diem» y la fragilidad de la vida de un modo extremo, se corre el peligro de ir más allá de gastar lo que se tiene y comenzar a pedir préstamos personales, en ocasiones, con interés abusivos. De este modo, no solo no se ahorra nada, sino que se entra en un espiral de endeudamiento de la que es muy complicado salir. En otros casos, a estos ahorradores apáticos también se les llama ahorradores de fin de mes: al ir gastando conforme van necesitando y no seguir ninguna estrategia, se da el caso de que al llegar el último día del mes, por una cuestión de suerte, se topan con que les ha sobrado una pequeña cantidad. Son por tanto ahorradores por casualidad, muy alejados de cualquier metodología.

Ahorrador impulsivo

A este tipo de ahorrador no le faltan las ganas, pero su lucha interna le acaba venciendo. Tiene claro que el ahorro es fundamental y es consciente de que debe ponerse en acción, pero al final se desvía de su camino porque no controla sus gastos superfluos y se deja llevar por los caprichos, evitando la racionalidad porque le resulta incluso algo aburrida. A veces, en un intento por ahorrar, trata de adherirse a ofertas y promociones, pero al no estudiarlas con algo de inteligencia, sabiendo si realmente le hace falta lo que está comprando, acaba por despilfarrar. También encajarían dentro de este perfil aquellas personas que toman decisiones de inversión muy arriesgadas, generalmente a corto plazo, motivadas por una rentabilidad muy alta. Desgraciadamente, son carne de cañón de chiringuitos financieros y negocios piramidales, ya que su elevada exposición al riesgo les ciega, lo que les pone en una situación de desprotección muy fuerte cuando esas inversiones fracasan.

Ahorrador compulsivo

Ahorrar por ahorrar tampoco es una tendencia sana. Hay personas que simplemente guardan porque se obsesionan con la incertidumbre de lo pueda pasar en un futuro, haciendo de la tacañería su estilo de vida. Esta austeridad es un obstáculo para disfrutar de los pequeños placeres. Además, cuando esta conducta es muy radical, estas personas acaban alejándose de familiares y amigos porque piensan, en los casos más graves, que aquellos que les rodean solo quieren aprovecharse. Acumular sin motivo no es el perfil más deseable, ya que ser tan temeroso impide tomar decisiones de inversión. Este tipo de personas lo pasan muy mal en momentos de inflación, dado que al no tener su dinero invertido, pierden poder adquisitivo. En el lenguaje popular, siempre se les ha tachado de ser «los más ricos del cementerio». Hay una variante conservadora, que identifica a los que dan un paso más y tratan de buscar una salida a un parte ínfima de este ahorro mediante inversiones de escaso riesgo. Obviamente, buscan la seguridad por encima de todo, por lo que son extremadamente cautelosos. Es por ello que los rendimientos que les reportan sus inversiones son mínimos.

Ahorrador organizado

Este es el mejor perfil, al que todos deberíamos aspirar para pasar de ahorrador a inversor. Se trata de ahorradores que se han preocupado por establecer una planificación financiera, que manejan un presupuesto y saben identificar perfectamente cuáles son sus gastos y cómo reducirlos. Además, son disciplinados y tienen claro para qué quieren el dinero y se han informado acerca de productos de inversión para optimizarlo. Son curiosos por naturaleza, así que no dudan en consultar todo el abanico de herramientas financieras que tienen a su alcance, diseñado una cartera de inversión diversificada, hecha a medida de sus metas. Antes de convertirse en inversores, han sido ahorradores por etapas, es decir, se han ido marcando pequeños objetivos y han ahorrado para conseguirlos. También es posible que hayan sido ahorradores de patrimonio y que hayan acumulado dinero sistemáticamente durante un tiempo con el fin de alcanzar el ahorro previo necesario para cubrir la parte del precio de una vivienda que no financia el banco. Son personas que se preocupan, no solo de tener un retiro digno, sino de dejar en herencia a sus hijos un inmueble o una determinada cantidad de dinero invertida en un fondo, bonos o cualquier otro instrumento.